Entre rumores de conspiración contra el gobernador Riccardo, Oscar, su paje, lleva la lista de invitados al baile de máscaras que está organizando. El gobernador encuentra entre los invitados el nombre de Amelia, la mujer que ama en silencio y que está casada con su íntimo amigo Renato. Precisamente es éste quien le advierte de la conspiración, pero Riccardo lo desestima. Un juez pretende aprehender a una conocida adivina por sus prácticas prohibidas y el gobernador indica que irá personalmente, de incógnito, a comprobar si la acusada merece castigo. En la morada de la hechicera inesperadamente llega Amelia y Riccardo se oculta mientras todos los demás son desalojados. Amelia confiesa a la bruja su amor imposible por Riccardo y pide ayuda para olvidarlo, sin saber que el mismo gobernador la está escuchando, emocionado. La hechicera le indica que vaya a medianoche al campo de ejecuciones para consumir una hierba que hará que abandone esos sentimientos. Amelia se marcha y RIccardo se presenta ante la hechicera como un humilde pescador, pero cuando ella revisa su mano le dice que tenga cuidado, que la próxima persona que le estreche la mano lo asesinará. Incrédulo, el gobernador ofrece su mano a los presentes pero nadie quiere estrecharla. En esos momentos llega Renato, quien sin saber la profesía da la mano al gobernador. Es suficiente prueba para Riccardo que decide revelar su identidad y dejar en paz a la supuesta hechicera a quien ahora considera una inofensiva farsante. A media noche, Amelia es interceptada por Riccardo en el campo de ejecuciones. Dudosa y sumergida en sentimientos encontrados, Amelia confiesa su corazón, pero reconoce que es imposible consumar esa pasión. Renato, aún preocupado por la seguridad de Riccardo, lo ha seguido. Amelia se cubre con un velo al escucharlo llegar, y Riccardo acepta huir de los conspiradores que los rodean si Renato promete acompañar a la dama, velada, hasta la ciudad sin hablar ni pedirle que se descubra. Renato acepta, pero una vez que Riccardo huye Renato y Amelia son interceptados por los conspiradores. Renato los confronta y finalmente Amelia se ve obligada a descubrirse para evitar que el enfrentamiento llegue a mayores. Renato avergonzado, asume que su esposa lo engaña con el gobernador y en medio de la burla general concerta una cita para esa misma noche con los dos líderes de la conspiración, Tom y Sam. Ya en casa, Renato furioso acusa a su mujer de infiel e indica que su pena será la muerte. Tom y Sam llegan y Renato les muestra las pruebas de conspiración que tiene en contra de ellos. Cuando estos creen que ya no tienen escapatoria, Renato les dice que quiere unirse a la conjura. Deciden echar a la suerte quién cometerá el asesinato, y ponen sus nombres en un jarrón y Renato pide a Amelia que sea quien elija un nombre. El elegido es el de Renato. Al saber que el gobernador estará presente en el baile de disfraces que se aproxima, es claro que será el momento y lugar apropiado para el golpe. Amelia adivina las intenciones de su marido y se propone salvar a Riccardo. Escribe una carta anónima, que entrega poco antes de la fiesta de disfraces a Oscar para el gobernador, advirtiendo el atentado en el baile. Riccardo hace sin embargo oídos sordos: acaba de firmar la transferencia de su amigo a Inglaterra junto a su esposa, y quiere ver a su amada una última vez. Amelia reconoce a Riccardo disfrazado y trata de convencerlo para que se marche. Cuando todavía están despidiéndose, Renato encuentra a Riccardo y lo hiere. El tumulto general es calmado por las palabras consiliadoras de Riccardo, herido de muerte. Confiesa su amor por Amelia pero jura que nunca pasó nada entre ellos. Entrega el ascenso y traslado de Renato y ordena su perdón, en el momento de morir.